Cuando oyes que algún compañero en una zona de conflicto ha
sufrido un percance siempre te entra una sensación extraña. Es ése “podría
haber sido yo”. En mi caso, estando en proceso de retirada del periodismo, es
una sensación de alivio pensar que no voy a tener que enfrentarme a esos
problemas. Ni yo ni mis seres queridos, que a fin de cuentas son quienes más
sufren en estas ocasiones.
Pero eso no quita que se te siga poniendo un nudo en el
estómago. El último en esa lista es James Foley, secuestrado en Siria desde
hace casi tres meses. No es la primera vez que le pasa. En Libia, las tropas de
Gadafi le mantuvieron retenido junto con otros dos periodistas occidentales
durante seis semanas.
Photo: Nicole Tung |
Foley pilla más cercano porque aunque mi relación con él se
reduce a mensajes vía Facebook, es un periodista al que admiro. No sólo por su
trabajo, sino por su calidad moral. El pasado verano, James coordinó junto con
Manu Brabo una campaña para donar una ambulancia a los necesitados hospitales
de Aleppo. Antes ya había colaborado en otra campaña para recoger fondos
destinados a los hijos del fotógrafo Anton Hammerl, que murió cuando Foley,
Bravo y Gillis fueron capturados en Libia.
James fue secuestrado el día de acción de gracias cerca de
Idlib. Poco más se sabe. Ni quién lo hizo, ni dónde puede estar, ni las razones
de su secuestro. Su familia ha intentado desesperadamente conocer cualquier
dato sobre su paradero, sin resultados. Una página web, www.freejamesfoley.org admite firmas
online en una petición para liberar al periodista estadounidense.
El secuestro de James, unido a las muertes de dos
periodistas en Siria en enero, pone de relieve los peligros a los que los informadores
se enfrentan en las zonas de conflicto. Cada vez con más frecuencia, los
secuestros se suceden como una forma de conseguir dinero rápido para las
distintas facciones en combate u oportunistas sin escrúpulos.
Si bien al acudir a una zona de conflicto sabes a lo que te
expones, la situación ha empeorado exponencialmente. De ser daños colaterales
los periodistas han pasado a ser objetivos legítimos para todas las partes,
como varios ejemplos han demostrado en Siria o Gaza. Una situación que lejos de
mejorar, parece empeorar día a día.
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