La reciente tragedia vivida en Bangladesh, donde un edificio derrumbado
ha dejado 1000
muertes detrás, ha puesto de relieve que nuestra ropa barata es a costa de
derechos humanos.
Varias factorías y miles de personas trabajaban en un edificio
construido sin las suficientes medidas de seguridad y pobremente conservado.
Las condiciones de los trabajadores eran extremadamente precarias.
Todo ello habría sido pasado por alto si el Rana Plaza no se hubiera
derrumbado. Pero la magnitud de la tragedia (1000 muertos y aumentando) y las
multitudinarias manifestaciones
del 1 de Mayo en Bangladesh, han hecho imposible ignorar el hecho por más
tiempo.
Grandes nombres como Zara, H&M, Benetton o Wal Mart se han visto
involucrados. Al igual que pasaba con Apple y sus factorías en China, los
gigantes de la moda subcontratan a otras empresas para que les hagan las
prendas que luego venden.
Es uno de los efectos de la globalización. Hoy en día, resulta más barato mandar materia prima
y productos finalizados a dar la vuelta al mundo varias veces que fabricarlos
en los propios países desarrollados.
La competencia además es feroz. Antes era China la receptora de estos
contratos. Pero desde que el nivel de vida de los chinos ha aumentado, sus
demandas salariales han subido acorde con ello. Los salarios chinos crecen en
torno a un 10%
anual y ese incremento significa menores márgenes de beneficio para los
gigantes textiles.
Ahí es donde, desde primeros de la crisis, han entrado con fuerza
países como Bangladesh. Sin muchas trabas legales y con salarios
de en torno a un dólar al día, son un destino mucho más apetecible para las
grandes empresas.
La forma de hacer las cosas, sin embargo, no cambia. Se contratan a
subcontratas. A veces, incluso éstas contratan a más subcontratas. De hecho New
Wave Style, una de las empresas involucradas en el Rana Plaza, consiguió su
primer gran contrato cuando una subcontrata de la canadiense Loblaws no pudo
hacer frente a un pedido y recurrió
a ellos. A partir de ahí, todo fue creciendo hasta el desastre.
La cadena de contratas y subcontratas es oscura. Y cuanto más se
desciende en la cadena, menos
control hay sobre lo que ocurre. Empresas como Primark afirman que
controlan a quienes contratan. Pero resulta imposible estar al tanto de todo el
proceso cuando éste es tan complejo.
Las condiciones de los trabajadores son extremadamente precarias. Las
horas extras son habituales para poder cumplir con los plazos, pero raramente
se pagan. Por su parte, los lugares de trabajo suelen estar pobremente
acondicionados. Mucho calor, poca ventilación y edificios sin las suficientes
medidas de seguridad.
Los sindicatos ya trataron de mejorar esas condiciones. Propusieron un
plan de seguridad global, fuera del control del círculo de corrupción formado
por gobierno y empresarios. El problema es que era muy costoso y complejo de
llevar a cabo. Las
grandes marcas lo rechazaron.
No es la primera vez que un desastre golpea a la industria. De hecho
los gigantes de la moda tienen un largo historial lleno de manchas. Desde el uso de niños
como trabajadores por parte de marcas deportivas hasta el reciente
incendio (también en Bangladesh) de otra factoría.
Los gabinetes de crisis de marcas como Primark o Loblaws han sido
rápidos y han anunciado que compensarán
a las víctimas de la tragedia. Otros como Benetton han reaccionado más
lento. Incluso la UE se le ha adelantado.
Zara por su parte, ha incrementado su presencia positiva en varios
medios de comunicación, con historias que ilustran, por ejemplo, cómo
da trabajo a jóvenes en España. Alguien que fuera mal pensado creería que
son reportajes pagados. Cuanto menos, la idoneidad de su publicación es
discutible ahora mismo.
La tónica general de la industria ha sido una ofensiva de relaciones
públicas. Las grandes marcas saben que su batalla principal se libra en las
calles de París, Londres o Nueva York, con la opinión pública en casa. A fin de
cuentas, la culpa en parte también es
de ellos por querer ropa barata. Ellos son los que compran
y a ellos es a quienes tienen que convencer para enterrar todo este asunto.
Los gobiernos y trabajadores en Bangladesh sin embargo tienen miedo de matar
la gallina de los huevos de oro. Los salarios de los trabajadores de estas
fábricas, pese a ser extremadamente bajos, son en ocasiones los mejores a los
que se puede acceder en estos países.
Por su parte, las remesas de exportaciones proporcionan una generosa
fuente de ingresos a los gobiernos. Tanto es así que el propio
gobierno de Bangladesh ha pedido a la UE que no imponga sanciones a su
país. Temen que les pase como a China y la producción se vaya a algún otro país
de la zona, como el ahora más abierto Birmania o Laos
Sin embargo, en Bangladesh probablemente harían mejor en mirar hacia Vietnam.
En el país comunista han demostrado que se puede tener la confianza de las
marcas y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.
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