Vivimos en un mundo radicalmente opuesto al de la Guerra Fría. De
hecho, es un periodo de tiempo que para todos ha quedado atrás. No más temor a
un holocausto nuclear. En las películas de Hollywood, los malos son ahora
terroristas árabes y no soldados comunistas.
También la era de la carrera armamentística se ha dejado atrás. No sólo
los arsenales nucleares están disminuyendo. Los ejércitos en general están
cambiando sus prioridades. Reino Unido ha dejado
de poner su énfasis en submarinos
nucleares. Rusia va por el mismo
camino con sus submarinos.
La guerra ha cambiado. Ya no se necesitan grandes ejércitos para luchar
con otras naciones, sino drones para atacar a distancia,
vehículos acorazados que resistan minas caseras y tácticas antiguerrilla con
ejércitos más
compactos.
Ni siquiera Estados Unidos quiere ser un policía del mundo como hasta
ahora ha hecho. Su intervención en Libia fue a la par que la francesa. En Malí
sólo aportó medios auxiliares. Y de Siria
no quiere ni oír hablar.
Claro que una cosa es querer abandonar viejos hábitos y otra bien
distinta hacerlo. Todavía quedan vestigios de la Guerra Fría que están bien
activos. El más interesante es el caso del espionaje.
Durante los 90, el avance de la tecnología hizo que las agencias de
espionaje decidieran gastar menos en información de fuentes humanas y más en
ojos digitales. Los satélites les daban toda la información que creían
necesitar. Sin embargo, el 11-S cambió el panorama y desde entonces los espías
están viviendo una segunda juventud.
El último episodio con la captura de un
espía americano de la CIA en Moscú ilustra que poco ha cambiado. Llevaba varias
pelucas,
una brújula, un bloqueador de interferencias (papel de aluminio) y como único
elemento del siglo XXI, un teléfono móvil.
Anna Chapman |
No es el único caso de espionaje reciente. En Londres, la muerte del ex
agente del KGB Alexander
Litvinenko ha dado pie a algunos a pensar que sus antiguos jefes estaban
detrás del envenenamiento con polonio.
Mucho más sonada fue la captura de Anna Chapman y otros nueve
espías rusos en Estados Unidos. Chapman pasó inmediatamente a convertirse en
una celebridad.
Una faceta mucho menos reportada es la vuelta de los vuelos de
reconocimiento. Durante los 60, los 70 y los 80, aviones rusos y
estadounidenses rozaban o incluso llegaban a meterse en espacio aéreo
extranjero. Una especie de juego del gato y el ratón, cuya finalidad eran
comprobar si las defensas del otro estaban alerta o no.
Rusia ha vuelto a hacerlo varias veces desde 2012. Bombarderos de largo
alcance asoman esporádicamente por el ártico y prueban la paciencia de sus
vecinos. A ese respecto, Suecia ha suspendido el examen. No ha sido la primera
vez que aviones rusos han entrado en su espacio aéreo y los suecos no han
sabido responder a tiempo.
Esta estrategia probablemente forma parte de otra guerra solapada que
se empieza a gestar: la batalla por el Ártico. Pero esa es una historia para
otro día.
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