Como decíamos la semana pasada, China tiene todos los ingredientes para
convertirse en una gran potencia. Ya lo es a nivel regional. Pero la duda
continúa sobre si podrá erigirse también como una superpotencia mundial.
La definición tradicional de superpotencia ha estado normalmente ligada
a un ejército poderoso. Y ahí a China le queda mucho camino por recorrer.
En los últimos años -y sobre todo desde 2011- China ha impulsado varios
proyectos militares de gran envergadura. Entre ellos están por ejemplo los
aviones que tiene en desarrollo, entre los que están el J20 y el J31.
Estos dos prototipos convierten a China en el único país,
junto con Estados Unidos, que posee dos modelos de aviones de quinta
generación. Rusia, tercer y único otro país en posesión de esta tecnología,
sólo tiene un modelo en desarrollo. El resto, ninguno.
Pero nada ejemplifica más una superpotencia que su capacidad de
proyección de fuerza. Ahí es donde entran en acción los submarinos y sobre
todo, el portaaviones
que la armada china (PLA) está desarrollando.
Ambas plataformas son la punta de lanza de cualquier ejército moderno.
Son las que permiten desplegarse con rapidez en cualquier lugar del mundo y es
de lo que hasta ahora carecía el ejército chino.
Aun le quedan muchos años de desarrollo por delante como para poder
siquiera acercarse al potencial estadounidense. Pero el mero hecho de sentar
las bases de un poder militar tiene a más de uno preocupado
en Washington.
Aunque tampoco es que China parezca que quiera seguir el modelo
militarista de Estados Unidos y Rusia. Seguramente sus fuerzas armadas aumentarán
sus salidas al exterior a medida que aumenta la influencia China. Pero
principalmente será para maniobras y para misiones humanitarias -algo que no pudieron
hacer durante el tsunami de 2004 pero que aprendieron a tiempo para el
desastre de Fukushima.
Esta estrategia encaja bien con el enfoque de poder suave (soft power
en inglés) que China ha ejercido
históricamente y ejerce hoy en día en África, Latinoamérica y Asia. Un
poder que se puso a prueba en Libia, cuando se vio obligada a evacuar
a la larga población de expatriados chinos que trabajaban allí extrayendo gas.
Su alta demanda de recursos y energía le ha hecho salir por el mundo a
encontrarlos. Mongolia, Australia, Venezuela o Uganda son algunos de los países
que se han beneficiado del soft power
chino con contratos comerciales.
El caso del país africano resulta especialmente llamativo.
En un país donde hasta hace nada la infraestructura era inexistente, hoy se
abren paso en medio de la jungla anchas autopistas de seis carriles. Incluso
los presentadores de Top Gear se sorprendieron al
verlas. Es el regalo chino a África a cambio de sus recursos.
Pero China se está atreviendo a jugar también en el terreno agresivo. Y
cuando hablamos de economía, las multinacionales serían los portaaviones y las
agencias de rating los submarinos.
El gigante asiático ha empezado a imponerse también en estos ámbitos.
Las compañías chinas llevan años introduciéndose en
el mercado occidental, ya sea mediante expansiones geográficas (como la
introducción de productos chinos en el mercado europeo) o adquisiciones (como
la de Volvo).
Por su parte, en mayo China creó su primera
agencia de rating junto con Rusia para contrarrestar a Moody’s y S&P,
estadounidenses y criticadas -también desde la Unión Europea- por ser sesgadas
y pro-americanas.
Sin embargo, si el gigante asiático quiere de veras convertirse en un
dominador global, aun tiene varias asignaturas pendientes que debe aprobar.
El principal problema que tiene China es el mismo que le ha permitido
crear tanto y tan rápido: es el país
de la copia. En los comienzos de su desarrollo, copiar les ha servido a los
chinos para empezar con ventaja. Sin embargo, se han acostumbrado a ello.
Un tema recurrente entre los expatriados en China es la falta de
imaginación de sus subordinados locales. Saben acatar órdenes y saben copiar,
pero son incapaces de crear.
Su iniciativa se reduce
con una generación
que ha crecido al abrigo de no tener que pensar nada, sólo hacer ingeniería
retroactiva o seguir las instrucciones de unos planos
robados de un servidor o comprados en condiciones
cuestionables. Algo que se ve agravado por la censura
en Internet.
Por supuesto hay gente que innova, pero los resultados son… dudosos,
siendo generosos. Los mejores productos chinos a día de hoy siguen estando
basados en otros proyectos. Cuando China sea quien tenga que ir en vanguardia,
se va a encontrar con un serio problema.
El resto del mundo además ahora se protege mejor contra las copias. Un
empleado de una empresa aeronáutica española me comentaba cómo en la segunda
visita de potenciales inversores chinos tuvieron que aislarles para que no
pudieran ver o copiar nada. Llegaron al extremo de bloquear las ventanas de la
oficina que daban a la planta de ensayos y desconectar los ordenadores que
prestaron a los chinos de la intranet de la empresa.
El problema del déficit energético, por otra parte, va a frenar su
industria. Pese a la gran
inversión prevista en centrales nucleares, para mantener el nivel actual de
crecimiento en la producción, China necesitaría aumentar en un 50% el consumo
de carbón. Algo que va a suponer dificultades tanto medioambientales como
económicas.
Asimismo, muchos chinos siguen pensando hoy en día que el mejor futuro
para sus hijos está
fuera. Sin mentalidad ganadora es difícil crear un país líder. A ello se le
une una población envejecida y que cada vez lo va a estar más.
Las políticas de un solo hijo han puesto
en peligro el relevo generacional chino.
Pese a todo ello, e incluso aunque sólo sea por peso demográfico, China
está llamada a tener un papel relevante en lo que queda de este siglo. Sus
élites lo saben y por eso están preparando el terreno a nivel militar. Por el
contrario, América sigue distanciándose
de su papel de policía mundial que le había caracterizado hasta ahora.
También está pasando a nivel político. China se está aventurando en
asuntos que antes no le importaban, como el conflicto
entre Israel y Palestina. Inmiscuirse en un asunto regional tan alejado de
su área de influencia es un claro signo del papel dominador que China está
llamada a ejercer y ejercerá. Lo quiera o no Estados Unidos.
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