Los últimos datos
de Eurostat nos dejan con una cifra desoladora. Una
cuarta parte de los jóvenes europeos se encuentran en paro. La situación es
peor incluso en los países del sur de Europa donde el desempleo juvenil supera
el 50%.
Es por ello que el norte culpa al sur de
estar soportando injustamente su carga. Las poblaciones de Alemania,
Escandinavia y Reino Unido, países que hasta hace poco acogían e incluso demandaban
mano de obra extranjera, empiezan a ver a los europeos del sur como una
invasión y los actos xenófobos, aunque muy raros, han
aumentado.
En las últimas elecciones locales británicas, los partidos
conservadores -especialmente el euroescéptico UKIP, pero también los tories del Primer Ministro David
Cameron- han
hecho caja con el miedo al inmigrante europeo.
En septiembre,
el gobierno de Cameron va a implementar controles más exigentes para el acceso
a subsidios de desempleo y otras ayudas. De hecho, el control de la emigración
europea se ha convertido en tema
central de la política británica.
Photo: Daily Telegraph |
Lo cierto es que la afluencia
de jóvenes del sur de Europa pone aun más presión en unos sistemas sociales ya
de por sí soportando una gran carga. Pero lo cierto es que el aumento de la
inmigración no va unido a un aumento del desempleo; se trata de un
mito.
Por el contrario, la que sí es una amenaza real para Europa es la
posibilidad de tener una generación
perdida. En todo el mundo hay cerca de 300
millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan -los llamados NINIs. Muchos
de ellos tampoco aparecen siquiera en las estadísticas de desempleo porque son
parados de larga duración o nunca han trabajado.
Lo cierto es que es un fenómeno
global. Hasta ahora, el sureste asiático y Oriente Medio lideraban el
ranking de NINIs. De hecho, ésta fue una de las razones del estallido de la Primavera
Árabe. Pero Europa se acerca cada vez más a éstos niveles.
Grecia
encabeza la lista con un 64% de jóvenes desempleados, seguida de España con un 55%. En
países como Irlanda, más de 300.000
personas han emigrado en los últimos cuatro años, de los cuales un 40% eran
menores de 25 años. Para un país con una población de unos seis millones, eso
supone que una de cada cuatro familias tiene algún miembro emigrante.
Las causas de todo esto son complejas. Se ha hablado mucho de la falta de coordinación entre
lo que el mercado laboral demanda y lo que las universidades producen. También
de la brecha
digital.
Pero cabría preguntarse, como lo hace este
artículo, por qué si falta gente para llenar puestos de trabajo no han
subido los sueldos; algo que sería una consecuencia lógica de la ley de la
oferta y la demanda.
Otra posible causa, más probable, es la falta de previsión de los
gobiernos mediterráneos. En aquellos países donde la inversión en ciencia e I+D
es mayor y el gobierno otorga una mayor facilidad para emprender, como
Alemania, Austria o Reino Unido, el impacto del desempleo se ha notado pero no
es tan drástico como en España o Grecia.
Por su parte, los países del sur de Europa, no gozaban de ninguna red
de seguridad en caso de que la construcción o el turismo fallaran. Al caer esos
sectores, han arrastrado consigo a otros más cualificados.
Por eso en Berlín hoy hacen cola juntos un camarero de las islas
griegas, un albañil español y un ingeniero italiano. Una legislación, sistema
educativo y mentalidad que favorecían a los dos primeros ha hecho que el
tercero se vea obligado a emigrar también.
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