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Sunday, May 12, 2013

El precio de una camisa


La reciente tragedia vivida en Bangladesh, donde un edificio derrumbado ha dejado 1000 muertes detrás, ha puesto de relieve que nuestra ropa barata es a costa de derechos humanos.

Varias factorías y miles de personas trabajaban en un edificio construido sin las suficientes medidas de seguridad y pobremente conservado. Las condiciones de los trabajadores eran extremadamente precarias.

Todo ello habría sido pasado por alto si el Rana Plaza no se hubiera derrumbado. Pero la magnitud de la tragedia (1000 muertos y aumentando) y las multitudinarias manifestaciones del 1 de Mayo en Bangladesh, han hecho imposible ignorar el hecho por más tiempo.

Grandes nombres como Zara, H&M, Benetton o Wal Mart se han visto involucrados. Al igual que pasaba con Apple y sus factorías en China, los gigantes de la moda subcontratan a otras empresas para que les hagan las prendas que luego venden.

Es uno de los efectos de la globalización. Hoy en día, resulta más barato mandar materia prima y productos finalizados a dar la vuelta al mundo varias veces que fabricarlos en los propios países desarrollados.

La competencia además es feroz. Antes era China la receptora de estos contratos. Pero desde que el nivel de vida de los chinos ha aumentado, sus demandas salariales han subido acorde con ello. Los salarios chinos crecen en torno a un 10% anual y ese incremento significa menores márgenes de beneficio para los gigantes textiles.

Ahí es donde, desde primeros de la crisis, han entrado con fuerza países como Bangladesh. Sin muchas trabas legales y con salarios de en torno a un dólar al día, son un destino mucho más apetecible para las grandes empresas.

La forma de hacer las cosas, sin embargo, no cambia. Se contratan a subcontratas. A veces, incluso éstas contratan a más subcontratas. De hecho New Wave Style, una de las empresas involucradas en el Rana Plaza, consiguió su primer gran contrato cuando una subcontrata de la canadiense Loblaws no pudo hacer frente a un pedido y recurrió a ellos. A partir de ahí, todo fue creciendo hasta el desastre.

La cadena de contratas y subcontratas es oscura. Y cuanto más se desciende en la cadena, menos control hay sobre lo que ocurre. Empresas como Primark afirman que controlan a quienes contratan. Pero resulta imposible estar al tanto de todo el proceso cuando éste es tan complejo.

Las condiciones de los trabajadores son extremadamente precarias. Las horas extras son habituales para poder cumplir con los plazos, pero raramente se pagan. Por su parte, los lugares de trabajo suelen estar pobremente acondicionados. Mucho calor, poca ventilación y edificios sin las suficientes medidas de seguridad.

Los sindicatos ya trataron de mejorar esas condiciones. Propusieron un plan de seguridad global, fuera del control del círculo de corrupción formado por gobierno y empresarios. El problema es que era muy costoso y complejo de llevar a cabo. Las grandes marcas lo rechazaron.

No es la primera vez que un desastre golpea a la industria. De hecho los gigantes de la moda tienen un largo historial lleno de manchas. Desde el uso de niños como trabajadores por parte de marcas deportivas hasta el reciente incendio (también en Bangladesh) de otra factoría.

Los gabinetes de crisis de marcas como Primark o Loblaws han sido rápidos y han anunciado que compensarán a las víctimas de la tragedia. Otros como Benetton han reaccionado más lento. Incluso la UE se le ha adelantado.

Zara por su parte, ha incrementado su presencia positiva en varios medios de comunicación, con historias que ilustran, por ejemplo, cómo da trabajo a jóvenes en España. Alguien que fuera mal pensado creería que son reportajes pagados. Cuanto menos, la idoneidad de su publicación es discutible ahora mismo.

La tónica general de la industria ha sido una ofensiva de relaciones públicas. Las grandes marcas saben que su batalla principal se libra en las calles de París, Londres o Nueva York, con la opinión pública en casa. A fin de cuentas, la culpa en parte también es de ellos por querer ropa barata. Ellos son los que compran y a ellos es a quienes tienen que convencer para enterrar todo este asunto.

Los gobiernos y trabajadores en Bangladesh sin embargo tienen miedo de matar la gallina de los huevos de oro. Los salarios de los trabajadores de estas fábricas, pese a ser extremadamente bajos, son en ocasiones los mejores a los que se puede acceder en estos países.

Por su parte, las remesas de exportaciones proporcionan una generosa fuente de ingresos a los gobiernos. Tanto es así que el propio gobierno de Bangladesh ha pedido a la UE que no imponga sanciones a su país. Temen que les pase como a China y la producción se vaya a algún otro país de la zona, como el ahora más abierto Birmania o Laos

Sin embargo, en Bangladesh probablemente harían mejor en mirar hacia Vietnam. En el país comunista han demostrado que se puede tener la confianza de las marcas y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.


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¿Tienes miedo? Esto funciona así. Primero haces aquello que te infunde temor y es luego cuando te entra el valor.


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