Bibi, Libi y la gasolinera de Oriente Medio

Ya es oficial. Benjamin Netanyahu (Bibi para los amigos) se ha convertido en el dieciochoavo primer ministro de Israel y el cuarto en hacerlo por segunda vez en su carrera política. El ultraderechista Avigdor Lieberman (Libi para los amigos) con su Yisrael Beiteinu y varios partidos de los colonos ultraortodoxos acompañarán a Bibi en la andadura del trigésimo segundo gobierno israelí en sesenta años de historia. No son malas cifras.

Para maquillar un poco el asunto entre tanto ultra, ahí estarán también Ehud Barak y los laboristas. Su papel va a ser más meramente testimonial que otra cosa. Se trata sólo de un matrimonio de conveniencia. Barak quería un asiento en el Gobierno (la cartera de Defensa). Netanyahu necesitaba un lavado de cara a nivel internacional, para no parecer tan radical. De este modo, todos contentos.

Y es que, por carteras ministeriales no va a ser. Treinta en total. Hay nuevos ministerios por doquier, otros que se desdoblan en varios e incluso ministros sin cartera. Una disposición ministerial muy propia de países altamente corruptos, donde hay que dar parte del pastel a tus amigos para agarrarte a la poltrona.

Y es que, por falta de corrupción en la política israelí no va ser. Normalmente la gente tiene la visión de los políticos como seres corruptos o corruptibles. En ciertos países como Italia, hay que ser corrupto para estar en política. En Israel, según parece, también.

Los casos de Ariel Sharon (y sus familiares), el Primer Ministro saliente Ehud Olmert y, ahora, antes incluso de empezar a gobernar, Avigdor Lieberman, son un claro ejemplo de ello. Sólo parece haber una cosa más importante que ser corrupto para llegar a la presidencia de Israel: haber sido general del ejército.

El líder de Yisrael Beiteinu, por cierto, ha empezado fuerte. El mismo día en el que juró su cargo (para qué esperar más) dejó claro por qué el nuevo gobierno israelí va a ser un tremendo grano en el culo para la Administración Obama y su política para Oriente Medio. Para el nuevo Ministro de Exteriores el proceso de Annapolis es papel mojado, no compromete en absoluto a Israel y entierra la posibilidad de crear un Estado palestino.

Lieberman apuesta no obstante por la Hoja de Ruta, todo un detalle por su parte. Quiere incentivar la economía palestina y dar más autonomía a los territorios ocupados. Pero lo de una solución de dos Estados es ciencia ficción. El ultraderechista contará a su favor con la posición de Ariel Atias, de los radicales religiosos del Shas, que estará a cargo del Ministerio de Vivienda. Una de sus primeras decisiones: llevar a cabo la ampliación de las colonias judías en Jerusalén Este, lo que de facto corta en dos Cisjordania.

Su líder de Gobierno no se queda atrás. Mientras el resto del mundo se muere por hacerse una foto con Obama -es un fenómeno que casi supera al de las gruppies de las bandas de rock-, Netanyahu parece esperar a que Obama pida hacerse una foto con él, y no al revés. Le gusta la polémica. Y por ello se permite dar órdenes -disfrazadas de sugerencias y advertencias- a Estados Unidos: “Parad a Irán, o lo haremos nosotros”.

Que Israel es capaz de golpear más allá de sus fronteras ha quedado demostrado varias veces. Las más recientes en Siria y Sudan, esta última hace escasos dos meses. Sus propios militares reconocen que no se trata de un problema de medios o logística, ni siquiera de un problema de conseguir la autorización estadounidense -para qué, ellos van por libre-; el problema es el hervidero político que acarrearía dicho ataque.

Abdullah Toucan, del Centro de Estudios Internacionales Estratégicos, ha elaborado un informe con las posibilidades para Israel. Hay dos escenarios posibles: o un ataque con aviones tripulados o con misiles balísticos. Y hay tres objetivos que destruirían o retrasarían seriamente el programa nuclear iraní: un centro de investigación y enriquecimiento de uranio en Esfahan, la planta de enriquecimiento de uranio de Natanz y la planta de producción de agua pesada en Arak.

La opción de un ataque tripulado ya ha sido llevada a cabo antes. Probablemente, de realizarse, la operación recaería en los hombros de los F-16 con una escolta de F-15, tal y como sucedió en Sudan a comienzos de este año o en Irak en los 70 durante la Operación Opera.

Pero sólo hay que dar un rápido vistazo al mapa para darse cuenta de que Sudan e Irak están mucho más cercanos a Israel que Irán. Durante las operaciones citadas, los pilotos sólo tuvieron que pasar por espacios aéreos de un tercer país (Egipto en el caso de Sudan, Arabia Saudi en el caso de Irak). Pero para llegar a Irán, sea como sea, habría que pasar por territorio iraquí o turco en el norte (malo), saudita e iraquí por el sur (peor) o sirio e iraquí por el centro (desastroso). Y a ello habría que sumar repostajes en vuelo sobre al menos alguno de esos espacios aéreos.

Con este panorama, la opción de los misiles balísticos se antoja mucho más atractiva. Confiando en la fiabilidad y precisión de los Jericho III (capaces de llevar cabezas de guerra de 750kg.), el estudio del profesor Toucan calcula que se necesitarían al menos dos misiles por instalación (dependiendo de la carga de éstos y su potencia), quince si se trata de una instalación subterránea.

Pero nada de ello elimina las consecuencias políticas que tendría un ataque de estas características en la región. Aparte del evidente deterioro medioambiental, el académico recoge en su informe la posibilidad de que el ataque suponga una inmediata inestabilidad regional en lugares como Afganistán e Irak, y que ello incida en una respuesta directa en forma de ataques contra Israel.

Vamos, que entrar con una antorcha en la mano en una refinería sería menos peligroso.

En enero, los militares israelíes afirmaban que “la seguridad de Israel no depende de que los iraníes consigan o no la bomba. Israel tiene métodos de disuasión”. Pero eso era antes de que Bibi -y su ejército de halcones- entrara en la oficina con la decisión aparentemente ya tomada de antemano.



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