El pasado tres de marzo, un grupo de hombres armados atacó la comitiva deportiva de Sri Lanka. El suceso acabó con ocho muertos (ningún deportista) y varios integrantes de la selección heridos, incluido su entrenador. Se trata del primer ataque contra una selección nacional desde la masacre de los Juegos Olímpicos de Munich.
El ataque sirvió a muchos para, de nuevo, tirarse los trastos a la cabeza. India aprovechó la oportunidad para criticar a Pakistán la falta de seguridad y de control de los terroristas en su propio suelo. Aun estaba reciente la tragedia de Bombay y las heridas escocían. Pakistán, por su parte, quiso devolver a India la acusación que ésta le lanzo aquella vez y afirmó que los atacantes venían del sureste. Poco después, no obstante, tuvo que desmentirlo.
Incluso desde Japón se aprovechó, con la excusa de estar Sri Lanka de por medio, para culpar a China(!) de estar echando leña al fuego de los conflictos regionales. La visita del ministro de Defensa de este último país a China supuso otro aliciente añadido.
Sin embargo, el mayor implicado en todo esto, Sri Lanka, callaba. ¿Por qué? ¿Y por qué es sólo ahora, una semana después, que empieza a pedir explicaciones?
La razón está en que en aquel momento el ejército de Sri Lanka se encontraba en plena ofensiva contra los Tigre Tamiles, que estaban respondiendo con todo al verse acorralados. Tenían las manos demasiado ocupadas. Ahora, con el líder del LTTE probablemente derrotado o huído del país y con la milicia rebelde controlando una zona de menos de 45 kilómetros cuadrados, las prioridades han cambiado.
Lo que no ha cambiado mucho es la situación de los civiles atrapados en el conflicto. Según India, la cifra de afectados asciende al menos a 70.000 personas, mientras que la ONU lo asciende a 200.000. Las ONGs en la zona, como Médicos sin Fronteras, vienen advirtiendo desde hace tiempo de la situación de emergencia que se vive en Sri Lanka. Pero lo único que han conseguido es perder a sus propios miembros, como demuestra la última victima de la lista, un trabajador de Cruz Roja.

Foto: Getty Images
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