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Tuesday, July 21, 2009

Julio sangriento en Afganistán

Julio es ya el mes más sangriento para las tropas de la OTAN desplegadas en Afganistán desde la invasión de 2001. Hasta el momento son 52 las bajas sufridas por la coalición, contando sólo los militares. Lejos de la anterior línea roja de 46 muertes ocurridas en Junio y Agosto del año pasado. Y eso que aun no se ha acabado el mes.

El aumento de bajas es comprensible si miramos el total del conjunto. Por una parte, este mes se lanzó la ofensiva conjunta sobre la provincia de Helmand para asegurarla antes de las próximas elecciones en Agosto. Por otra parte, la política de apoyo aéreo cercano se ha vuelto mucho más férrea y rígida, limitando el uso de estas tácticas que tanto aliviaban a los comandos.

Los combates casa por casa y la necesidad de asegurarse antes de disparar, aunque disminuyen las bajas civiles, también aumentan el riesgo para las tropas. Y con ello las bajas propias, como ha quedado demostrado.

Sin embargo, no sólo las tropas de a pie se han visto duramente golpeadas, también los cielos. Este fin de semana, un F-15E Strike Eagle se estrelló en el sur de Afganistán causando la muerte de sus dos ocupantes. Se descarta que haya sido un derribo por fuego enemigo -muy improbable dado el armamento que tienen los Talibanes- pero es un incidente raro.

Pocos aviones se han perdido en Afganistán -aunque en este mismo mes, se perdieron otro Strike Eagle y un Panavia Tornado británico-, donde los cazas occidentales son dueños del cielo. Pero menos Strike Eagles se habían perdido aun hasta la fecha.

Donde no se descarta el fuego enemigo es en el derribo la semana pasada de un helicóptero de un contratista civil. Se trataba de un Mi-26, el mayor helicóptero en servicio activo en Afganistán -y uno de los mayores del mundo-, operado por tripulación ucraniana para una empresa moldava.

No es el primero de estos incidentes que ocurre. Los helicópteros civiles de contratistas militares rara vez van equipados con medidas defensivas, como avisadores de misiles o lanzadores automáticos de chaffs y bengalas. Ademas, sus tripulaciones no están tan preparadas como las de los ejércitos occidentales.

De hecho, este fin de semana un segundo helicóptero era abatido de nuevo en el sur de Afganistán, mientras que otro (esta vez militar) era obligado a efectuar un aterrizaje de emergencia . En ambos casos, la versión oficial apunta a que sus tripulaciones se estaban encargando de distribuir ayuda humanitaria, pero el hecho de que se estén llevando a cabo operaciones militares en esas zonas sugiere que podrían estar llevando suministros a las tropas británicas o americanas.

Por si acaso, el Reino Unido ya ha puesto tierra de por medio. Con la que está cayéndole en casa al gobierno de Gordon Brown por el tema de los helicópteros, sería una piedra más a añadir a la montaña que le lanza encima la oposición. Ayer, David Cameron acusó de nuevo a Brown de estar usando en Afganistán sólo 30 de los 500 helicópteros disponibles que tiene el Reino Unido, poniendo en peligro la vida de las tropas. Su voz se une a la de varios militares e incluso, la del comité de MPs de defensa.

Por su parte, los estadounidenses tienen también otro grave problema al que enfrentarse. Al comienzo de las operaciones, uno de sus soldados, Bowe Bergdahl, fue secuestrado por los Talibanes que amenazan con asesinarlo si no se detienen las ofensivas en marcha en dos distritos. El Ejército estadounidense ha distribuido panfletos entre los ciudadanos con la esperanza de encontrar al soldado secuestrado, pero las esperanzas de encontrarlo son escasas.

Lo peor de estar secuestrado, sin embargo, es que los tuyos te abandonen. Eso es lo que le ha pasado al pobre Bergdahl. En su propio país, resguardados en la retaguardia, algunos periodistas piden su muerte por desertor. El que lo hace es, por cierto, el mismo periodista que hace meses pedía barra libre para matar a reporteros que no se acogieran a la ideología de los militares.

Todo esto da una visión algo pesimista de la situación en Afganistán. Lo cierto es que la seguridad ha mejorado sensiblemente. La insurgencia sigue estando fuertemente presente fuera de Kabul y las grandes ciudades. Y la propaganda Talibán surte efecto, sobre todo tras las víctimas civiles de los ataques con drones, que se han disparado. Sin embargo, la presencia de más tropas sobre el terreno ha envalentonado a la población que, en algunas zonas, incluso se empiezan a enfrentar con los Talibanes.

Pero sigue estando en el aire una cierta sensación de que ésta es una guerra hecha sobre la marcha y a trompicones. Aun hoy hay más soldados en Irak que en Afganistán. Quizás cuando la balanza comience a cambiar haya una cierta mejora, pero de momento es de esperar más sacrificios de la OTAN.



Photo, DAVID GUTTENFELDER / AP

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