El asunto tiene su origen en una disputa étnica entre los musulmanes Uighur oriundos de la región y la emigración de chinos Han. Los segundos ya han superado a los primeros en la capital de la provincia más oriental de China, un puente entre Asia central y oriental. Los roces entre ambos grupos, como era de prever, han surgido inflamando las aspiraciones nacionalistas de los Uighur.
El episodio de este fin de semana tuvo su origen en una factoría de juguetes de la zona. Un empleado despedido -que ahora mismo se encuentra detenido-, descontento con ello difundió un rumor diciendo que dos chinas Han habían sido violadas por compañeros Uighures. El rumor se hizo una bola de nieve hasta que formó una batalla campal entre 600 personas en la que murieron dos y 118 resultaron heridas.
En respuesta, la comunidad Uighur convocó una manifestación de protesta que al final derivó en ataques contra chinos de etnia Han. Los choques con la policía eran inevitables y recordaron a las escenas vividas antes de los Juegos Olímpicos o en el Tibet. El final han sido las revueltas étnicas más sangrientas en China desde el fin de la revolución cultural en 1977.
El gobierno chino, viejos zorros en estas lides y con la experiencia de Irán fresca, ya se ha apresurado a censurar la información que aparece al respecto en Internet. Censurar más de lo habitual, claro. Mientras tanto, ya apunta a los culpables y lo hace al estilo Ahmadinejad: señalando hacia occidente.
En concreto los chinos culpan al Congreso Mundial Uighur de Rebiya Kadeer, una organización con sede en Alemania, de instigar la violencia en las calles, donde han ardido coches y se han formado barricadas durante toda la noche. Por su parte, el exilio Uighur niega las acusaciones por completo, devolviendo la pelota a los chinos.
Photo: CCTV
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